Hacer oposición bajo regímenes opresores nunca ha sido fácil. No se trata tan solo de las diferencias con el régimen al que se cuestiona, sino, además, de las diferencias internas entre quienes forman parte de ese espacio político y social. La oposición a un régimen autoritario muchas veces solo se identifica con el antagonismo hacia un enemigo político común. Esas diferencias internas son en la mayoría de los casos un obstáculo para las acciones políticas que le dan sentido a la militancia de oposición. Sin embargo, hay oportunidades que se pueden aprovechar en esos espacios de contradicción, con la mirada puesta en propósitos mucho más amplios.
En estas últimas semanas hemos visto, con sorpresa, y no sin cierta esperanza, como en Cuba y Rusia las expresiones de rechazo a los regímenes de Díaz-Canel y Putin están alcanzando una musculatura lo suficientemente significativa como para trascender la escena local. En Cuba, por un lado, la valentía del Movimiento San Isidro en alzar su voz en representación de un grupo de actores sociales y culturales, mientras que, por el otro, la torpeza de un régimen que solo cuenta con el abuso de poder como respuesta política al legítimo reclamo de libertad de sus ciudadanos, dan muestra del agotamiento de un modelo de sociedad donde las asimetrías del poder asfixian a todos los grupos políticos y sociales.
En Rusia, luego del intento de envenenamiento del líder de la oposición, Alexei Navalny, su regreso al país después de haber recibido atención médica en Alemania, le platea un desafío a Putin en su propio terreno. No se trata de que el déspota ruso tenga limitaciones para el uso del poder para aplastar a su enemigo, sino porque lo está haciendo mientras el apoyo a Navalny va en aumento, despertando a una sociedad con muy pocos referentes democráticos, pero con una necesidad cada vez más evidente de expresar su rechazo, no solo a un gobierno que no está respondiendo a sus necesidades, sino que además, no oculta que su única misión es perpetuarse en el poder.
Mientras tanto, en Venezuela, si bien la sociedad se encuentra sitiada por Nicolás Maduro, y la pandemia desencadenada por el SARS-CoV-2, el régimen político chavista está tomando medidas para prevenir cualquier capacidad de asociación a futuro. Por una parte, luego del cese de la última legislatura con apego a la constitución y en donde la Oposición ejercía el liderazgo político de forma legítima, Maduro ha emprendido una sostenida arremetida en contra de las organizaciones de la sociedad civil con amplia experiencia en la articulación de respuestas a problemas sociales, a diferencia de la notable ausencia del Estado. En los últimos meses hemos visto como organizaciones en las área de alimentación, asistencia a ancianos, y derechos humanos han sido víctimas de la persecución política, hostigamiento y acoso por parte del régimen de Maduro.
La coincidencia de varias circunstancias clave hace que la situación en Cuba y Rusia ofrezcan nuevas oportunidades de lucha: en ambos casos hay un agotamiento del modelo económico, con crisis agudizadas por la pandemia, donde además hay un creciente rechazo por el régimen político y los abusos de poder, en donde se han dado movilizaciones en torno a la defensa o en apoyo de ciertos actores sociales y políticos. En ambos casos, parecieran identificarse fisuras, como lo relatado por Mauricio Mendoza Navarro, y Alexey Kovalev, respectivamente. En el caso de Venezuela, las agresiones a Roberto Patiño, Luis Francisco Cabezas, y Azul Positivo, no ocultan el verdadero propósito de Maduro y su régimen de eliminar cualquier posibilidad de capacidad asociativa que pueda hacerle competencia a las instancias clientelares del Estado, pudiendo determinar no solamente su capacidad de control social, sino también, de poder político propiamente.
Las posibilidades de éxito de estas movilizaciones sociales y políticas son inciertas. El régimen de Diáz Canel seguirá intimidando y persiguiendo, pero además el aparato represivo cuenta con un sistema de apoyos que tienen proyección en círculos políticos y culturales, aquí en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Esta misma semana, sin escatimar en su cinismo, Silvio Rodríguez, ejerciendo el rol de intelectual orgánico, señalaba que “no tenía muy claro lo ocurrido frente al Ministerio de Cultura.” En Rusia, evitando mencionar a Navalny y las protestas, Putin atacó a las redes sociales, acusando a las empresas tecnológicas de tener intereses políticos debido al uso que líderes como Navalny le dan en su lucha política. En Venezuela, las restricciones de la población en general son amplias, y van desde las necesidades básicas, hasta el acceso a medios de comunicación por la falta de conectividad, al igual que en Cuba. En Venezuela, hemos visto como se ha hecho costumbre que los pocos medios independientes que continúan brindando información, sean objeto de ataques a sus servidores, confiscación de equipos o detención de reporteros, al igual que en Cuba.
Dicho todo esto, reiteramos que ninguna lucha política es fácil, pero a diferencia de Venezuela, donde la Oposición necesita redireccionar su lucha bajo un ambiente abiertamente autoritario, en Cuba y Rusia ya los sectores de Oposición tienen años de tránsito por este camino, y lo que pareciera estar vislumbrándose es la necesidad de un momento de agrupamiento de intereses. Si bien en Cuba y Venezuela las carencias económicas están golpeando seriamente a toda la población, y la búsqueda de la subsistencia es lo que priva por encima de la lucha política, no es menos cierto que también a lo interno estas dificultades afectan al régimen político, pudiendo provocar fisuras en su apoyo, representando una oportunidad donde si hay condiciones suficientes para la movilización, esto puede llevar a otros escenarios. En el caso ruso, Navalny regresa a Moscú sabiendo que será neutralizado, porque entiende que es más peligroso para Putin que se mantenga en el país. En los tres casos pareciera estar claro que: una protesta justa ante los abusos del poder; una figura política decidida a confrontar al poder, y una capacidad de organización social que reta a un régimen político sin posibilidades de dar respuesta a las demandas sociales, están amenazando la estabilidad de estas autocracias.
Tres realidades políticas, unidas por el efecto perverso de la autocratización, con oposiciones precarias, frágiles, y desarticuladas, pero conscientes del desafío histórico que implica enfrentar realidades políticas consolidadas, donde el miedo y la intimidación son más eficientes que una promesa incierta de libertad. Ese es el reto, y nada fácil de anticipar un resultado.
Publicado en enero de 2021