La apuesta del régimen es la profundización del caos, donde como siempre, lleva ventaja. Por un lado la OLP como instrumento para agudizar las tensiones que viven los sectores populares, entre las llamadas “Zonas de Paz” y ese eufemismo para ajusticiamientos, terminan siendo las víctimas silenciosas de la impunidad con que actúan los delincuentes con los que además conviven, y los excesos de los cuerpos de seguridad del Estado.

Ahora, ese infierno al que habían estado condenados los sectores excluidos se ha extendido a las zonas acomodadas, la promesa cumplida del chavismo de igualar hacia abajo, la democratización de la violencia que no excluyó a sus promotores.

La sociedad venezolana se ha ido insensibilizando de tal forma que esta súbita emergencia de prácticas delincuenciales como descuartizamientos o linchamientos, no generan mayor alarma, al contrario, hay una suerte de justificación en la ausencia de justicia e impunidad.

Esto no es más que el triunfo del hombre nuevo, ese que no se acerca ni a la sombra de lo que fue el venezolano respetuoso, solidario, educado y trabajador, y que tal parece que pocos recuerdan, gracias al trabajo de adoctrinamiento que el chavismo ha venido haciendo con éxito, no solo para adjudicarse obras de la democracia como propias, desde la nacionalización del petróleo hasta edificaciones públicas, sino para borrar de nuestro imaginario lo que fuimos como nación. 

El chavismo triunfó con esos malandros que robaron a la señora anoche en Los Palos Grandes, pero también lo hizo con los que intentaron castigarlos. No hay nada que los diferencie y esa rabia e impotencia solo nos acerca cada vez más peligrosamente al estado de naturaleza adonde el chavismo nos quiere llevar a todos.

Esto es responsabilidad del Estado, y por ende, del régimen chavista que en 16 años ha hecho todo lo posible por la deshumanización del venezolano, incluidos sus propios seguidores. Pero es responsabilidad de los ciudadanos rechazar estas conductas y exigirle al gobierno que actúe como corresponde en lugar de celebrar la cultura de la barbarie de la que es afecto.