Nicolás Maduro no llegó al poder por SU popularidad, en realidad, llegó porque Hugo Chávez dio la orden el 8 de diciembre de 2012 en una cadena nacional, y es por esta razón que la popularidad es lo que menos le importa. En realidad, lo único que inquieta a Nicolás Maduro y al grupo que lo sostiene en Miraflores es no poder cumplir con la misión que le fuera encomendada ese día: conservar el poder. Muchos nos hemos preguntado por qué Hugo Chávez designó como su sucesor a este individuo, que en los últimos años se había mantenido alejado del foco allá en la Cancillería.

Quién sabe si Chávez lo escogió por su lealtad, o porque estuviese distanciado de las luchas internas de los distintos grupos de poder, eso no podemos afirmarlo, pero suponemos que Chávez no tuvo mucho de dónde escoger y probablemente los aliados del régimen le dieron el visto bueno (se dice que Cuba apostaba por Maduro) y eso fue suficiente credencial de mérito, pero Maduro no fue designado solo como sucesor político, sino además, como ejecutor del testamento político de Hugo Chávez, que ya hemos planteado en otras ocasiones.

Ejecutando el testamento político

Ahora bien, en medio de la incertidumbre en la que se sumió el país con el fallecimiento de Chávez, para los analistas políticos resultaba inobjetable la existencia de un legado y que eso se convertiría inevitablemente en objeto de culto, llegando a compararse con el peronismo. Eso contribuyó en buena medida a considerar improbable el desplazamiento por la vía electoral del régimen chavista, juicio que mostró su debilidad con el exiguo resultado electoral a favor de Maduro, disparando las alarmas en el chavismo, obligándolos a mostrarse cohesionados a pesar de las aspiraciones y los intereses internos desbordados.

A Maduro no le ha tocado nada fácil esta transición al postchavismo, porque el capital político heredado no ha sido suficiente para detener las consecuencias de años de políticas irresponsables y muy costosas que hoy le pasan factura a toda la población. Un aparato económico destruido gracias a un conjunto de políticas e instrumentos legales que hoy sitúan a Venezuela al borde de una crisis humanitaria, con la escasez y desabastecimiento de productos básicos como alimentos y medicinas; la insuficiencia de divisas para importar la materia prima para producirlos, o para reparar maquinaria empleada en el proceso productivo; para mantenimiento de equipos médicos; para repuestos de vehículos particulares y de transporte público, para insumos de la industria en general, llevando al país por completo a un estado de caos y paralización nunca antes visto. Esto es parte del legado, no un accidente; precisamente es la consecuencia de un proyecto político que se propuso todo esto, y Maduro solo está ejecutando la voluntad política de Hugo Chávez.

¿A quién le teme la Revolución?

Algunos se apresuran a sentenciar la debacle de la revolución chavista o el hundimiento de su movimiento político, sin embargo, habría que considerar esta etapa como una fase superior dentro del proyecto político del chavismo, que no es nada más aferrarse al poder sino también consolidar una visión política, cuya mayor conquista ha sido la implantación de un modelo de sociedad dominada, amordazada, presa de los rigores de una clase política envilecida por el poder.

Para Maduro redefinir la estrategia política del chavismo jamás ha estado entre sus planes, mucho menos en los de la clase política que lo sostiene, porque su misión ha sido terminar el trabajo que Chávez no pudo. El chavismo se acerca peligrosamente al modelo totalitario, cuando requiere de un estado permanente de caos, de desasosiego, que haga imposible cualquier asomo de consolidación de una sociedad estable y equilibrada, el chavismo necesita de una fuente persistente de conflicto, bien sea con un enemigo interno o externo, para que la confrontación sea el muro que contenga cualquier intento por responsabilizar al régimen político de la precariedad en la que vive el país. Es a eso a lo que más le temen los déspotas, a una sociedad organizada y con propósitos definidos, no hay nada más efectivo contra el caos que una ciudadanía decidida.

Y si hay algo que toda revolución debe temer es cuando una sociedad pierde el miedo.